Un día de julio de 2020, a las seis de la tarde, se empieza a formar una cola de hombres delante de un portal de Gran Vía (Madrid). Algunos se saludan al verse, otros llegan y bajan la mirada para pasar inadvertidos. Uno de esos últimos es Antonio, un profesional de éxito. Antonio está casado y tiene una hija. Delante de él, un chico de unos 20 años, brazos tatuados, se queja de que “el espectáculo” comenzará tarde porque hay más gente que la semana anterior. Cuando la cola empieza a moverse, se apelotonan en unas escaleras estrechas que llevan a unas oficinas, y allí enseñan el DNI para demostrar que son mayores de edad y están en lista. Son unos 50. De todas las edades y de toda clase social. Mientras van entrando en el piso, se despojan de la mascarilla, de la ropa, y sacan de sus mochilas máscaras, pasamontañas, gafas de sol o capas, los que sacan algo; otros, van a cara descubierta. Se desnudan los 50 en donde pueden (pasillos, cuartos, un baño), y entran en un enorme salón. Desde hace días, en la página web a la que son asiduos, se anuncia un bukkake (sexo en grupo que consiste en que un grupo de hombres eyaculan sobre una mujer o un hombre).
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