La plaza Mayor de Burgos huele a café. Los bares han cerrado y solo alguno sirve pedidos para llevar. La gente, en escrupulosos grupos de tres personas o menos, almuerza en los bancos. Tres chavales comen pipas y patatas fritas y se divierten alimentando a las palomas. Los jóvenes ríen al oír que parecen jubilados y afirman que no hay nada mejor que hacer entre tanta restricción. La ciudad presenta una incidencia desbordada de 1.700 casos de coronavirus por 100.000 habitantes en dos semanas, y subiendo, sin que ninguna autoridad logre justificarlo. Los universitarios José Menor, David Román y David Lumbreras, de 18 años, entienden que el Ayuntamiento y la Junta de Castilla y León reclamen un confinamiento domiciliario. Ellos, naturales de Briviesca, viven en una residencia donde ha habido fiestas y se ha salido en masa: “Te relajas con los amigos y se lía”. El colectivo más afectado es el de la franja de 15 a 25 años, pero el virus castiga a todos los tramos demográficos.
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