En la era de la transparencia, en la que cualquier conjetura puede ser desmontada en cinco minutos, lo lógico sería que una teoría tan descabellada como la de QAnon muriera de inanición al poco de ser lanzada, o como mucho malviviera en sumideros minoritarios de excéntricos antisistema. Pero la lógica de Internet lleva justo a lo contrario. A que la más peregrina de las teorías de la conspiración pueda extenderse y cruzar fronteras hasta alcanzar millones de adeptos en poco tiempo. Y también en poco tiempo estar en condiciones de influir en algo tan decisivo como pueden ser las próximas elecciones presidenciales norteamericanas.
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