Las aves, los mamíferos, los anfibios, las plantas… no daban crédito: de repente, el monte se vació, dejó de recibir visitas durante el confinamiento por la pandemia. Un espejismo que duró lo que el encierro. Cuando se permitió salir, las personas —muchas urbanitas que veían la sierra y la montaña de lejos— se lanzaron al monte e incluso se atrevieron con alguna cumbre, provocando la saturación de espacios protegidos muy sensibles.
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