Isa y Tina quedan desde hace años a diario al salir de trabajar para tomar unas cañas. Pese a la bajada de la temperatura, su cita es ahora en una terraza en donde ocupan mesas contiguas. Como ellas, algunos clientes se sientan también de uno en uno en los veladores y en no pocos casos se giran para hablar entre sí mientras toman su consumición a más de un metro de distancia. No hay grupos; a lo sumo, alguna pareja. Poca gente. Así es la foto fija de la capital ourensana (105.000 habitantes) y del municipio colindante de Barbadás (11.000) desde el pasado 3 de octubre, fecha en la que la Xunta prohibió las reuniones entre no convivientes. La tercera ciudad gallega en población registraba una tasa de contagio que entonces triplicaba la media autonómica de 47,56 por cada 100.000 habitantes. Dos semanas después las restricciones son aún más rígidas y la contención del virus, leve. La Xunta promueve ahora test serológicos en las farmacias.
Seguir leyendo