Este es el relato de Pedro, nombre ficticio de uno de los denunciantes de la residencia Elder de Tomelloso, en Ciudad Real, que prefiere no revelar su identidad: “El 8 de marzo me dijeron que mi padre tenía fiebre, pero no me dejaron hablar con él. Luego ya no cogían el teléfono. De repente un día aparece en rueda de prensa un alto cargo de Castilla La Mancha [el director general de Salud Pública, Juan José Camacho] diciendo que en la residencia no había ni EPIS, ni protocolos, ni médico, ni nada. Así que lo sabían todo, y espero que lo confirmen en el juicio. Me quedé de piedra. Yo vivo lejos y estábamos confinados. Por fin me llamaron el día 20 para decirme que mi padre había dado positivo. Solo el 27 pudimos hacer una videollamada, y no me quito la imagen de la cabeza: mi padre era piel y huesos, como de un campo de concentración. Fueron solo dos minutos, no aguanté más. Sus últimas palabras fueron: ‘Sácame de aquí, hay muchos muertos’. Pregunté con qué le estaban medicando, y me dijeron que con nada. Tampoco me dijeron si había un médico. Con 92 años, del día 8 que tuvo fiebre al 31 aguantó mucho, en un hospital quizá se podía haber salvado, pero no le dejaron ninguna posibilidad. ¿Por qué no lo llevaron? ¿No tenía derecho a vivir por tener 92 años? Yo no dormía de la ansiedad, pensaba que yo era el culpable de la muerte de mi padre. No puede ser que mi padre viviera una guerra civil, una dictadura, y muera en una democracia como en una guerra”.
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